Porque un día no se pasa bueno, en vano… algo malo te espera.
Para que toda mi historia tenga sentido, debo contarles lo excelente que ha sido mi día de hoy. Para empezar es día sin carro en Bogotá, para mí, el mejor invento de toda la historia de esta podrida ciudad. Porque pues obvio, se soluciona su peor problema: ¡los interminables trancones! Y lo que yo considero el segundo mayor problema no existió hoy: vivir las 4 estaciones en un sólo día, pues mágicamente el día estuvo soleado desde que salí de mi casa a las 9.30 de la mañana hasta que llegué a las 4.30 de la tarde. ¡Qué bendición! Además, salí vestida para la ocasión (otra bendición), porque siempre que me voy super spring se me congela hasta la lengua y cuando me voy preparada para una tormenta de nieve sale el sol más bello.
Bueno, entre muchas otras cosas buenas de mi día, llegué a la universidad en 15 minutos, no tuve problema en conseguir taxi ni de ida ni de venida, estoy perfectamente feliz con mi novio, almorcé lo que quise donde quise y con quien quise. Las clases fueron cortas y las risas largas. Hasta aquí todo perfecto.
¿Los problemas? Los de siempre… Ploteamos algo y salió pixelado, Comcel no sirve en mi universidad (o al menos no en mi celular) y llegué tarde a una clase. Ya nada de eso me malhumora. Digamos que es parte de la rutina.
Y... Aquí viene lo bueno. Salí de mi última clase del día, bastante feliz porque por fin había entendido algo de lo explicado en las últimas 2 semanas, todavía había sol y además mi buena amiga la gallina ya había hecho la fila del taxi por mí. Tuve que esperar 5 minutos y se nos unió otra amiga, tomamos un taxi con un man que nos dijo si se podía venir con nosotras y como quedaba en el camino le dijimos que perfecto. El conductor del taxi era un viejito queridísimo que quería llevar a la mayor cantidad de gente posible para mejorar la movivlidad de la ciudad, sí, de esos taxistas que uno cree que no existen ya. Lo dejamos a él, el literato que compartió nuestro taxi, de primero, luego a mi otra amiga y nos quedamos la gallina y yo. Todo el camino fue bastante agradable, contamos chistes, hablamos rico y nos reimos mucho.
Ya llegando a mi casa entró un olor horrible a alcantarilla al carro "ewww huele asqueroso, que porquería", "claro", pensamos la gallina y yo "nada es extraño en las calles de esta podrida ciudad", una alcantarilla se dañó y nadie ha venido a arreglarla. Paramos en la puerta de mi edificio y mientras me preparaba para bajarme el taxista dice que no cree que va a poder llevar a mi amiga la gallina hasta su casa. Por el olor fétido todavía dentro del carro dije: "Ah claro, ese olor es del carro, ¿se le acabó el gas?" qué voy a saber yo de eso, pero por ser igual de amigable con el taxista le pregunté. A lo que él nos responde "no, necesito un baño urgente".
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Y así terminó mi -hasta entonces- perfecto día fuera de casa. Bajándome indignada de un taxi, tapándome la nariz con una mano y cargando mis cosas con la otra y por primera vez prefiriendo a uno de esos taxistas cretinos que abundan por acá pero que al menos tienen la decencia de no pearme la cara. |