Hola querido blog olvidado que nadie nunca visita (tristemente me incluyo en la lista).
Escribo esto más como un diario abierto, no para que alguien lo lea, sino para sacarlo de mi sistema... Y pues si algún día alguien lo lee (que muy sinceramente espero que sea mi yo futuro), pues bueno, no pasa nada. Ojalá lo disfrutes.
Cada vez que uno empieza un libro, a penas se sumerge en su lectura, conoce los personajes y aprende a conocer al mayor personaje detrás de todos, el autor, la cabeza le cambia; o por lo menos a mí. Perdón, estoy tan acostumbrada a escribir para la universidad que ahora escribo en un tercera persona extraño (que de alguna manera siento que suena profesional), pero en los diarios no se escribe así. A ver, empecemos de nuevo.
Cada vez que comienzo un libro, a penas me sumerjo en su lectura, conozco los personajes y voy conociendo al mayor personaje de todos, el autor, la cabeza, la forma de pensar me cambia. Es como si me sumergiera en su mundo y de repente me siento más cercana a lo que leo que a lo que vivo. Supongo que esa es la magia de la lectura, la razón por la cual leemos, lo que lo hace tan infinitamente delicioso e irresistible, lo que nos hace preferir leer que dormir y eso ya es mucho decir. Pero con Cortázar, la cabeza de verdad me dio un giro de 180º, algo que nunca me había pasado. El éxtasis que me produjo leer cada página de Rayuela, no tiene comparación con nada en este mundo, nunca había leído algo tan delicioso, donde me pudiera deleitar cada palabra y cada silencio, cada sensación. Me enamoré de este señor.
Desde que comencé Rayuela, primero, no he querido terminarlo, he alargado tanto esta despedida.. No estoy preparada para terminarlo todavía, no quiero soltar la sensación de algo tan mágico. Y segundo, no he podido volver a pensar de la misma manera: me fijo más de lo normal en los detalles insignificantes que tanto atraían a Oracio, la metafísica de Morelli me ha perforado los huesos y vivo con esa sensación de estar buscando algo que no sé qué es, ni cuándo se me perdió, ni por qué lo extraño tanto, siento que busco algo parecido al significado de la vida. Algo en lo que nunca había creído antes.
Toda esta historia y esta nueva forma de pensar no lineal, que sinceramente lo único que ha hecho es que disminuya (más de lo normal) mi nivel de concentración, algo realmente peligroso en una persona como yo, se suman al hecho que acabo de terminar una relación de un poquito menos de tres años. Mi cabeza hizo boom. De repente estoy en todas partes, pensando en todo, detallando todo, añorando cada segundo ver los cambios del cielo, respirar el aire citadino de Bogotá, queriendo salir a correr hasta el parque nacional y otras cosas de ese estilo. Pero sobre todo dándole trascendencia a cosas intrascendentes, mirando la profundidad de cada cosa que hacemos, es decir, de cada cosa que hago y cada cosa que hacen los que me rodean.
Sorprendentemente toda esta actividad me ha traído unas reflexiones valiosísimas sobre mi mundo, pero sobre todo me ha vuelto increíblemente más sensible. Siento que siempre he sido metafísica en mis reflexiones, sobre todo de las personas, observo mucho y muy bien, y por esto llego a conocer muy bien a los que me rodean, sus puntos débiles, sus fortalezas, lo que les gusta y lo que no, lo que los apena, etc. Pero ahora no solo me percato que los conozco, sino que los aprecio, aprecio cada cosa que me agrada de ellos y le tomado gran repugnancia a rodearme de personas que no me hacen sentir nada, que me hacen sentir vacía.
También he vuelto a mirar hacia adentro, algo que por distracción hace mucho tiempo no hacía, encontrar la razón detrás de cada acción que realizo, darme cuenta quién soy, en qué he cambiado, qué me falta por cambiar. Un ejercicio que le recomiendo a todo el mundo. Soy una fiel creyente de que en cada cosa que realizamos -por pequeña que sea- demostramos grandes rasgos de quienes somos. ¿No te has dado cuenta que es la misma cólera la que sientes cuando se te cae un objeto varias veces y cuando sientes que todo te está saliendo mal? Los pequeños gestos nos están delatando todo el tiempo, nos sirven a nosotros y a los demás para conocernos mejor, pero sobre todo nos sirven para mirarnos y mejorarnos.
Dejemos hasta ahí.
One step at a time.