miércoles, 22 de febrero de 2012

Homenaje a Carlina



Escribo hoy con ánimo de tener una música de fondo. Y esta canción de Bob Dylan no podría ser una mejor opción, la conocí a través del artículo de Héctor Abad Faciolince que fue quien me inspiró a escribir hoy.

Hoy, por primera vez en mi blog escribo sobre cine, una afición profunda pero sobre la cual nunca había tenido ánimos de escribir al respecto. Confieso que me encanta dedicarle un par de horas a una película, buena o mala, porque me parece que deja enseñanzas fascinantes y siempre deja mucho para hablar. Es que, sinceramente, disfruto mucho más conversar el cine, discutirlo y hasta pelearlo, pero esta vez, esta película, hizo completamente necesaria crear esta entrada.

Se trata de The Help, una película que me conmovió hasta los huesos, que me movió tanto que lloré media película, pero que además está impecablemente hecha (tiene 4 nominaciones a los Óscar de este año, que en realidad me parecen pocas para lo que es esta película), con actrices de demasiada calidad que personificaron sus papeles de una manera perfecta. Me animo a escribir sobre esta película porque la sentí tan cercana, casi mía, que me derrumbó.

La película que se trata del trato racista que existía entre las familias blancas y sus empleadas domésticas negras en Estados Unidos en los años 60s, que se encargaban no sólo de cocinar y limpiar sino de la crianza de los hijos pequeños (no porque sus madres trabajaran, sino porque esa no era considerada su labor), me recordó mi propia infancia, con algunas cuantas diferencias. Pues, mientras mi mamá trabajaba, a mí me cuidaba y me atendía mi nana, igual de negra que Viola Davis: Carlina o como le dije toda la vida "Paca".

Desde que tengo uso de razón recuerdo a Carlina conmigo, su comida sigue siendo mi favorita, aunque hace mucho que no la pruebo, el amor que siento por ella va a estar presente el resto de mi vida, de eso estoy segura. Aunque la historia de The Help fue hace más de 40 años, en mi casa, la empleada tiene su propio baño y no es que esté prohibido que use el de los demás, pero no creo que sea muy agradable de ver para mis papás. Es impresionante qué tan atrasada está Colombia con respecto al resto del mundo, todas nuestras costumbres están aferradas a tiempos antiguos y primitivos que jóvenes de mi misma edad alrededor del mundo, nunca han llegado a vivir.

Sin embargo, ahí vamos, con pasos pequeños pero seguros (eso espero), donde cada vez escasean más las empleadas de servicio porque ya las que estaban "destinadas" a eso se han resistido y han tomado sus propias decisiones. Lo único que quiero decir con esto es que gracias a la crianza de mi mamá, crecí valorando a Paca, queriéndola y pienso que este pequeño homenaje se lo tiene más que merecido, porque aunque no sea su hija le heredé muchas cosas: su amor por Diomedes, su risa, su espontaneidad, su franqueza y su fuerza de carácter. Carlina fue como una segunda mamá; y como nunca pudo tener hijos, ella también me considera su hija, aún hoy, cuando cria/cuida a otra bebé de brazos.


Por último y más importante quiero recomendarles a todos que se vean The Help, porque vale la pena porque es perfecta. Y sobretodo los invito a que la vean y se animen a hacer comparaciones... que para mí no son odiosas, y nos dejan mucho que pensar, que aprender y ojalá... mucho que aplicar a nuestras vidas.





miércoles, 8 de febrero de 2012

He vuelto

Después de casi un año de ausencia y un sinnúmero de borradores en mi lista de entradas al blog, me decido a volver a escribir (y a publicar), porque mi cabeza no puede dejar de darme vueltas y bueno, aunque casi nadie o nadie lea esto, es una buena forma de desahogarme y darle un poco de tranquilidad a mis locos pensamientos.


Resulta que tuve una oportunidad que muchas personas sueñan con tener: estuve en París. Pero no sólo eso, viví su vida cotidiana al lado de una de las personas que más amo y admiro en este mundo, mi hermana, quien vive allá hace 2 años. Aunque es la segunda vez que visito París, la experiencia esta vez fue completamente diferente. Y sí, comprobé de nuevo el encanto de sus calles, la perfección de su arquitectura, la belleza de sus parques, la riqueza de su historia, me di gusto yendo a todos los sitios turísticos de mi interés con todo el tiempo del mundo, pero a pesar de todo eso debo admitirles que el real encanto de París (y creo que de todo), es lo que pasa después de recorrer lo turístico, después de salirse de lo obvio. La magia sucede cuando uno se mezcla con los parisinos, cuando conoce los caminos cortos, cuando habla con la gente, cuando sube su metro, cuando escucha su música... ahí es cuando todo comienza a tener sentido.


Me enamoré de París y más que eso me enamoré de la tranquilidad de caminar las calles de una ciudad con cámara y celular en mano sin preocupación alguna de que te vayan a robar, pero esto no es nada nuevo. Lo que fue de verdad nuevo fueron mis ganas de no volver nunca jamás a Colombia, porque nunca antes en otro viaje había tenido semejante sentimiento. No hice sino reprochar este sentimiendo todo mi viaje de vuelta, ¿por qué siendo yo una fiel creyente del potencial de mi país, no quiero volver? ¿por qué si siempre he sido de desafío y qué mejor desafío que Colombia? ¿por qué si allá lo tengo todo y aquí no tengo nada? Después de más de 20 días pensando y añorando mis días parisinos, que aun odiando el frío los amé, hoy me iluminé, o en idioma de diseñador (que por estos días me andan pidiendo que use todo el tiempo) ¡tuve un insight!


Los colombianos tenemos un problema serio de identidad, más serio de lo que pensaba. Siempre queremos ser cool y para eso tenemos que ser mejores que los demás, tenemos que demostrar que no somos populachos y ridiculamente aquí eso se demuestra con cosas materiales "exclusivas": carro caro, bolso caro, ropa cara, celular caro, computador caro, apartamento caro, zapatos caros, etc. y entre más se sepa que es caro ¡mejor! Lo que nos lleva a que entre más se vea la marca "cara" y cool ¡mejor! Que sólo refleja, como decía un profesor, que "la clase media-alta colombiana está llena de gente con síndrome de nuevo rico". Y obvio, todos se escandalizan y creen que no es con ellos. Pero ¡sí! Es conmigo y contigo, el que está leyendo esto en la comodidad de su casa, en su computador portátil con su camisa Armani y sus zapatos Lacoste, y también con la que tiene todos los bolsos Louis Vuitton de imitación y también con la que los tiene originales.


En Colombia, en mi vida, en nuestras vidas, siempre estamos queriendo ser más de lo somos, que digo, siempre estamos queriendo que las demás personas crean que TENEMOS más de lo que tenemos. Porque aquí el "ser" no significa nada. Para la clase media (que somos nosotros) se trata de tener y de mostrar lo que se tiene. Sin embargo, no somos culpables de esto, somos víctimas. A diferencia de la mayoría de países latinoamericanos, en Colombia no hemos sufrido ninguna revolución popular, lo que nos ha llevado a todos pero sobre todo a la clase media cachaca, a rechazar lo popular colombiano. Y es entonces cuando comenzamos a rechazar nuestra realidad. Mientras los mexicanos aman su popularidad, gozan con el Día de los Muertos, se mezclan sin diferencias de clases sociales, mientras los argentinos en su "europeidad" bailan tangos y van a Caminito orgullosos, a los bogotanos no les gusta el vallenato, pocos conocen cumbia y tildan de "guiso" todo lo popular.
Todos nos vamos volviendo modelitos repetidos de lo que consideramos cool, o peor, chic. Lo chistoso del caso es que nos hemos vuelto tan locos que consideramos a Zara lo máximo cuando en realidad es el "Tierra Santa" europeo (y ahora todos se hacen los que no saben qué es eso). Tenemos los valores invertidos. Lo entendemos todo alrevés. Mientras un francés prefiere lo francés antes que un producto de cualquier otro lugar del mundo, un colombiano prefiere lo que sea de cualquier otro lugar del mundo antes que lo colombiano. Pero hay que entender que para llegar a ese punto ellos tuvieron que vivir dos guerras mundiales de primera mano y una revolución que los llevo al borde de un abismo, en el cual terminaron cayendo. Y al caer y al verse derrotados se unificaron como pueblo, se conocieron ellos mismos, se fortalecieron y renacieron con identidad patria.


Nos hace falta identidad, es cierto, pero más que eso nos hace falta una revolución popular, ¡ya es hora! Donde todos seamos iguales, nos unifiquemos y nos fortalezcamos para crear la sociedad que queremos, donde podamos ser como somos, donde sea más importante tener algo en la cabeza antes que en las manos. Donde entendamos que somos clase media y lo abracemos, porque las clases medias son las que mueven los países, no que vivamos la vida como nuevos ricos queriendo pretender lo que no somos. Pero ahora tengo miedo de que nunca vaya a pasar, hemos visto guerra durante años, hemos visto como nos roban los funcionarios públicos, como nos roban nuestros minerales preciosos países y empresas extranjeras, hemos visto homicidios por robar un celular, hemos visto pobreza extrema, hemos visto injusticias por montones, lo hemos visto todo. ¿Qué será lo que necesitamos para reaccionar? Hemos visto tanto, que ya nada es suficiente.


Seguro aún después de esta larga entrada mi cabeza seguirá deambulando con respecto a este tema. Pero quiero decirles que he vuelto a Colombia y que he vuelto recargada, llena de otros mundos, de otras experiencias y de otras personas, he vuelto llena de ideas, de comparaciones para nada odiosas y de muchas ganas de poner a andar mi vida y este blog olvidado. He vuelto con ganas de volverme a ir.